Consultora y Capacitadora Internacional

Soy Arlene Ramírez Uresti

Business Mentor | Académica | Internacionalista | Emprendedora 

Un país en llamas

Las escenas que en los últimos días han circulado como narrativa cotidiana de un México que duele, van más allá de la fallida estrategia de seguridad, de la falta de entrega de libros a los delincuentes y de los abrazos inservibles.

En una sociedad totalmente digital la impunidad, la corrupción y la desaparición del Estado de Derecho, hoy son narrados desde la óptica ciudadana que, sin el cristal del conservadurismo, retrata de cuerpo entero la complejidad de un país en llamas.

En México, la construcción de la ciudadanía costó mucho. Las instituciones que hoy tambalean ante el desinterés y la complicidad fueron resultado de décadas de crisis, de aprendizajes y de un pueblo resiliente que ha resistido el embate de la mezquindad, la voracidad y la desfachatez.

El ciudadano de este momento histórico en México tiene muchas caras, todas ellas cuentan una historia diferente, pero con un común denominador, el Estado fallido que está delante de nosotros.

Pensar en un Estado fallido, generalmente evoca imágenes de latitudes lejanas, de postales incendiadas y de lugares recónditos que aparentemente nada comparten con nuestro país. Sin embargo, un Estado fallido no es sólo aquel con una dictadura, grupos insurrectos, golpistas o con escenarios caóticos; un Estado fallido es aquel que ha perdido la capacidad de establecer a través de la gobernanza (comunicación entre el sector privado, el gobierno y la población), de la gobernabilidad (grado de cooperación entre el gobierno, sus instituciones y la población) y del Estado de derecho su capacidad para proveer de servicios básicos para la población, para mantener instituciones sólidas, para garantizar el respeto a los derechos humanos es decir, fracasa en su principal propósito: cuidar a la población y trabajar por su desarrollo.

No es fácil aceptar que se ha perdido el control del territorio nacional y que la crisis de seguridad interna alcanza el grado hoy de terrorismo por el grado de violencia perpetrado contra la sociedad civil, la iniciativa privada y la infraestructura nacional.

Es lamentable el silencio, la indiferencia y hasta el cinismo con el que se minimiza un asunto que claramente sí es de seguridad nacional, más allá de los otros datos y las otras prioridades, el Estado mexicano hoy, tiene a los ciudadanos en la total indefensión.

Un Estado represor y fallido es aquel que además de mostrar su falta de capacidad para resolver los temas de su agenda interna también ha perdido posicionamiento y presencia en el concierto internacional. Realizar la voluntad de un país vecino y disfrazarlo de gestiones victoriosas no representan para nada un posicionamiento adecuado ni el respeto a los compromisos internacionales en materia de derechos humanos, medio ambiente, desarrollo económico, libre mercado y asuntos humanitarios.

Un Estado fallido, también es aquel que, arrastrado por el terrorismo transnacional, como lo es el narcotráfico y tráfico ilegal de armas, no logra rescatar a su población del fuego cruzado entre los intereses de los grupos de crimen organizado, los grupúsculos en el poder y los intereses de un gobierno que a todas luces pone primero todo, menos a los pobres.

El acceso a la salud, a una vida digna, a la seguridad y la libertad como derechos humanos son atropellados masivamente hoy, por el Estado, que nos guste o no reprime y ha fallado.

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Arlene Ramírez Uresti

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